Chelo lleva 2 años fotografiando viejos oficios en Madrid, trabajos de los de toda la vida que con su fotografía toman una nueva dimensión. Hablamos con ella y le preguntamos por su afición y su proyecto de retratar este pedazo de historia.
BeaBurgos, 12.01.2013
¿Cuánta belleza puede esconder la piel de unas manos embadurnadas en betún, en grasa, en carbón? ¿Cuánta armonía puede transmitir la suciedad y el desorden de un caótico taller de trabajo? ¿Cuánta historia puede esconder la mirada de un personaje anónimo conocedor del secreto de los materiales?
Si alguien tiene la respuesta a estas preguntas es Chelo Suárez, cuya fotografía se convierte en un nuevo oficio en sí misma gracias no solo al dominio de la técnica sino al profundo estudio de su contexto y a su dimensión humana.
Chelo nació en Tetuán. Es vecina de Estrecho, pero vivió 10 años fuera del barrio y a su vuelta lo encontró todo cambiado. Un día desaparecía una tienda de las de toda la vida, otro día cerraba el tapicero que habitualmente arreglaba las sillas del hogar o se jubilaba el zapatero. «Me daba pena ver cómo desaparecían las tiendas y oficios que habían estado desde que era niña y decidí fotografiarlos con mi cámara para que no se perdieran en el olvido.»
Lo que empezó como una mera voluntad de recuperar la memoria del barrio de su niñez ha terminado por convertirse en un gran proyecto de recuperación de la memoria histórica de Madrid, un proyecto personal – 100% autofinanciado – con el que Chelo quiere rendir homenaje a la intrahistoria madrileña que pervive en bajos, sótanos, talleres escondidos… rincones que están ahí, a la vista de todos, pero por los que pasamos muchas veces sin darnos cuenta de su existencia.
Es el caso del soldador Carlos Pardina, en la calle Palencia 4, por la que he pasado en mil ocasiones sin apenas reparar en su presencia. En cuanto vio el local, Chelo quiso conocer a quien lo regentaba. «Con Carlos hubo química desde el principio, la imagen que tomé de su mirada es una de las más potentes de esta colección. He querido recoger todas las texturas de su trabajo: el resplandor del fuego, la dureza del hierro, la fluidez del agua.»Para conseguir transmitir el secreto de los oficios, Chelo dedica un tiempo a conocer a cada trabajador, se documenta sobre su oficio y los visita en varias ocasiones. Luego los fotografía calladamente, mientras trabajan, los observa de cerca, los ilumina a contrapelo. «Me gusta mucho el cine. Es algo que queda patente en mis fotografías, con las que trato de crear historias. La iluminación juega un papel muy importante. Me gusta crear contrastes, resaltar las texturas de la materia y de las herramientas, destacar los pequeños detalles.»
Chelo le da a la fotografía una nueva dimensión. Sus instantáneas resultan únicas gracias al mimo con que trata cada uno de los elementos: las manos callosas del artesano, la silla de trabajo empercudida, las manchas como pecas ancladas a las paredes, cobran vida ante su cámara y nos cuentan una historia obviada por las enciclopedias.
Es lo que percibimos en la foto ante la cual Chelo ha querido ser fotografiada, tomada en el taller de Luis Macho, el zapatero, donde la fotógrafa ha resaltado el peso de la tradición familiar, una historia de tres generaciones dedicadas a este oficio.
«Con estas series de fotografías quiero realizar un reconocimiento a la historia de quienes trabajan con las manos, a su oficio y su dedicación», señala.
Hasta ahora, Chelo ha retratado con su cámara cuatro oficios, dos de ellos en Tetuán – el carbonero de la calle Jaén y el soldador de la calle Palencia – y otros dos en diferentes barrios de Madrid – el zapatero Luis Mancho, del barrio de Argüelles, y el churrero Valentín Mingoarranz, situada en la calle Andrés Torrejón. «Me encantaría convertir un día esta colección en un libro, pero por el momento me estoy enfocando en llevarla a otros puntos de la geografía española».
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