Unas bravas con Óscar Esquivias en Tetuán

Para muchos vecinos de Tetuán o de Madrid quizás sea un desconocido, sin embargo, Óscar Esquivias es toda una personalidad en su Burgos natal y una de las plumas más brillantes del panorama literario español de hoy en día. Su novela «Viene la noche» está ambientada en el distrito de Tetuán, donde reside desde hace más de siete años. Nos encontramos con él y lo entrevistamos en una terracita de Estrecho.

BeaBurgos

He quedado con Óscar Esquivias en la terracita del Arco Iris, en una pequeña semiplaza que forma la calle Villaamil. Me lo encuentro sentado disfrutando de una cervecita fresca y me atrapa su sonrisa y su mirada de niño travieso, todo lo contrario al hombre enigmático y distante que imaginaba tras leer su obra.

Óscar Esquivias ha recibido multitud de premios literarios y en tan solo 10 años ha publicado más de una docena de obras, pero sigue manteniendo esa humildad de chico de barrio que le hace sentirse tan a gusto en Tetuán.

Es un hombre pausado, amable y conversador. Nada más encontrarnos me confiesa una de sus grandes debilidades: «Me encantan las patatas bravas». Así, entre bravas y cañas, mantenemos una larga y cordial charla en la que nos habla de su vida, su obra, el amor y su relación cotidiana con las calles de Tetuán.

Oscar esquivias entrevista

El escritor burgalés Óscar Esquivias. Foto: BeaBurgos

Háblanos de tu obra en general y de Óscar Esquivias como autor. ¿Cuáles fueron tus primeros pasos en la literatura?

Yo fui un lector muy precoz y siempre me recuerdo con un libro o un tebeo entre las manos. Me divertían muchísimo las aventuras de Mortadelo y Filemón, Rompetechos, la familia Cebolleta, las hermanas Gilda o Anacleto, agente secreto, que eran mis personajes favoritos. Debo mucho a los artistas que publicaban en la editorial Bruguera, porque me proporcionaron muchas horas de placer y estimularon mi ingenio y mi creatividad. Cuando en el colegio me preguntaban qué quería ser de mayor, siempre respondía que dibujante y, de hecho, me pasaba las horas muertas imaginando mis propias historietas, que dibujaba en papeles sueltos que luego mi madre encuadernaba cosiéndolos a máquina. Estos tebeos artesanales, unas obritas de teatro que escribía para la función de Navidad del colegio y los ejercicios de redacción de la escuela fueron mis primeros pinitos en el mundo de la creación. Mis profesores siempre me estimularon esta vena artística y es algo que debo agradecerles, pues jamás me coartaron (y eso que mis ingenuos autos de Navidad incluían peleas a puñetazo limpio entre la Virgen María y el rey Herodes, por ejemplo). En cualquier caso, yo pensaba que mi futuro estaba en el dibujo y no en la literatura. Más tarde, hacia los doce o trece años (y no sin cierto dolor), me di cuenta de que estaba mejor dotado para la narrativa que para la plástica y que era capaz de expresarme con mayor libertad, precisión y elocuencia a través de la escritura que del dibujo. Ahí comenzó mi carrera. Hoy tengo ya publicados dos libros de cuentos y ocho novelas, además de muchísimos textos (poemas, artículos, críticas) en revistas, antologías y periódicos de España e Hispanoamérica.

Has escrito novela, ensayo, cuento y poesía. ¿Cuál es tu género favorito? ¿En cuál de ellos te sientes como pez en el agua?

No sé si como un pez en el agua o más bien como un centollo, pero donde me siento más seguro es en la narrativa, tanto en el cuento como en la novela.

Eres licenciado en filosofía y letras. La filosofía es un arte y una ciencia de encontrar respuestas a grandes preguntas. ¿Cuál es la gran pregunta de Óscar Esquivias?

Fui un adolescente un poco unamuniano y me inquietaba la idea de la muerte. Por fortuna, se me daba mal lo de atormentarme y pronto me hice un modesto discípulo de Epicuro y de Santayana (me gusta mucho una frase de este último: «Vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático», y procuro aplicármela para no tomarme muy a pecho todo lo que no merezca la pena). En cualquier caso, desconfío de las respuestas definitivas. Creo que la labor del escritor (y del filósofo, según Ortega) es más bien la de hacerse preguntas e indagar en la causa de nuestras inquietudes. Mi gran pregunta es como la de un niño, un simple «¿Por qué?».

Uno de los temas más recurrentes en tus historias es el Burgos del pasado, que de nuevo encontramos en tu obra “Viene la noche” a través de la memoria de los personajes. ¿Qué queda de ese niño burgalés en el Óscar de hoy en día?

Una de las fuentes de las que se nutre cualquier artista es la memoria y la experiencia propia. Del niño que fui me quedan muchos recuerdos del Burgos de mi infancia y juventud, varias cicatrices (debidas a unas quemaduras con leche hirviendo, a una pedrada que me propinó un niño y a una caída contra un bordillo), el gusto por caminar (soy incansable), el amor por los libros, cierta tendencia a ensimismarme y la debilidad por las patatas bravas.

Hablemos de Viene la noche, la última novela de tu trilogía inspirada en la Divina comedia. ¿Por qué te inspiraste en esta obra? ¿Qué sentido tiene la obra de Dante para ti?

La Divina comedia es un monumento literario y una de las cimas de la literatura universal. A mí me fascina desde niño, no –desde luego– porque entonces hubiera leído este gran poema, sino por los grabados de Doré, que me intrigaban mucho y me parecían maravillosos. La contemplación de esas ilustraciones se funde en mi recuerdo con las lecturas de infancia, en especial las de las novelas de Julio Verne. En cierto modo, mi trilogía nace de esa mezcla entre Verne y Dante. Inquietud en el Paraíso comienza (al igual que La vuelta al mundo en ochenta días, Viaje al centro de la Tierra o De la Tierra a la Luna) con la propuesta de un viaje en apariencia imposible; por otra parte, mi propósito –como el de Dante– era recorrer los territorios del Más Allá. A diferencia del escritor toscano, que era un hombre de fe, yo creo que el Paraíso y el Infierno los conocemos aquí, en la Tierra, durante nuestra vida, y por eso las novelas extremas de la trilogía están ambientadas en momentos y lugares plenamente históricos. Respecto al Purgatorio, su existencia es tan literaria y dudosa para los propios cristianos que ahí sí me permití imaginar qué sucedería si realmente existiera un territorio más allá de la muerte en el que perduraran las injusticias, el dolor y la incertidumbre respecto a la existencia (y el sentido) de la divinidad que tenemos aquí, en nuestro mundo.

Viene la noche, la novela ambientada en Tetuán, corresponde, en el orden de la trilogía, al infierno dantesco. ¿No es extraña esta asociación del infierno con el barrio en que uno vive?

Yo me siento muy a gusto en Tetuán y para mí la vida aquí no es, ni mucho menos, un infierno (de hecho, acabé en este barrio por amor a un tetuanero, así que para mí sería el equivalente al Paraíso de Dante, que es donde se reúne con su amada Beatriz). El Infierno no es un lugar, sino una actitud vital, un estado de ánimo, una sensación. Si Tetuán aparece como el Infierno en Viene la noche no se debe al barrio en sí, sino a la progresiva desesperanza de los personajes protagonistas que habitan en él. Dicho de otra manera, la novela podría haber estado ambientada en Disneylandia y seguiría siendo el Infierno.

Con esta última novela has dado un salto en el hilo argumental al pasar del Burgos de la Guerra al Tetuán-Madrid de hoy en día. ¿Por qué este salto? ¿Refleja Tetuán algo en especial que otro tiempo o espacio no pudiera reflejar?

Concebí la trilogía como un tríptico en el que cada uno de los paneles (como sucede a menudo en las obras pictóricas) pudiera ser contemplado de forma independiente. Las tres novelas no desarrollan un único argumento, sino que cada una de ellas tiene su personalidad propia y complementa –y modifica– la perspectiva general. En el caso de la última, Viene la noche, me interesaba que el protagonista tuviera cierto desapego respecto al lugar en el que vive. Benjamín es un burgalés que abandonó su ciudad en la infancia para instalarse en el barrio de Estrecho. Pese a haber pasado la mayor parte de su existencia aquí, donde se casó, tuvo un hijo y sigue residiendo, él se considera burgalés y juzga con desdén a los madrileños. En un momento de la novela, durante una visita a Burgos, toma conciencia de que él es allí un extraño, que la ciudad ha cambiado mucho respecto a la que conoció en su infancia. Por otra parte, cuando regresa a Estrecho, se da cuenta de que allí tampoco ha arraigado nunca y que la propia evolución del barrio, con la llegada de los inmigrantes, ha cambiado radicalmente el paisaje humano de la zona, por lo que se siente un extraño en todas partes.

Si ambienté la novela en el distrito de Tetuán y no en otro lugar es, sencillamente, porque yo también vivo aquí y es la zona que mejor conozco de Madrid.

En tu novela profundizas en las relaciones de pareja a través de dos parejas muy disímiles: Sara y Jaime, treintañeros, y Teresa y Benjamín, jubilados. No me queda claro si hablas de amor o de desamor. Como escritor, ¿qué es más fascinante, el amor o el desamor?

En el desamor (o en la ruptura del amor, o –por mirarlo desde el lado positivo– en la búsqueda del amor) siempre hay inestabilidad, conflicto, sentimientos encontrados, esperanzas o frustraciones, etc., y eso favorece la narración. Por el contrario, una situación permanente de felicidad y plenitud no ofrece tantas posibilidades de desarrollo dramático, y por eso creo que la literatura ha explorado más el desamor que el amor (aunque la Divina comedia es justamente un ejemplo de lo contrario). En mi novela, las relaciones de las parejas citadas son complejas y no se pueden describir con una sola palabra; con todo, en el caso de Sara y Jaime sí hay una relación de amor, comprensión y mutuo entendimiento; al contrario, el matrimonio formado por Teresa y Benjamín se caracteriza por la terrible incomunicación que se da entre ellos.

Y hablando de amor y desamor y de Tetuán, en Viene la noche parece que esa tensión no estuviera resulta. Las calles y los personajes del barrio de Estrecho destilan una gran tristeza.

Hay que tener en cuenta que se trata de una novela invernal, que sucede entre diciembre de 2006 y febrero de 2007, en la que luce poco el sol y hace bastante frío (en el último capítulo ya empieza a intuirse la primavera). La tristeza que pueda destilar el barrio se debe, además, a la proyección de los sentimientos de los protagonistas.

Por tus acertadas y detalladas descripciones, parece que conoces muy bien las calles y las gentes de Estrecho. ¿Haces mucha vida de barrio?

Aquí paso la mayor parte del tiempo, es donde vivo y trabajo desde hace ya muchos años. Conozco bien el barrio y paseo mucho por él. De todos modos, creo que los escritores nunca acabamos de pertenecer a un solo sitio y que en realidad tenemos la cabeza un poco en otra parte; en nuestras fantasías es donde hacemos de verdadera «vida de barrio».

Por ultimo, ¿qué te gusta de vivir en Tetuán? ¿Qué encuentras aquí que te inspire?

Me gusta mucho el paisaje humano que me rodea. Me da mucha alegría salir a la calle y encontrarme en un barrio tan variado, tan vivo y tan vibrante.

Muchas gracias, Óscar, ha sido un placer.

One Response

  1. BeaBurgos Andrea 23 abril, 2013

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